26/7/17

Amar. Primera instancia.

Voy por la semana 35 de embarazo. Es mi segundo hijo, un varón esta vez. Su llegada fue extraña, como la llegada de todo aquello que es posible imaginar pero nunca concebir, verdaderamente, como serà cuando ocurra. Nunca nada te prepara para ciertos acontecimientos. Es en tal sentido que hago una retrospectiva leve de mi formación y encuentro todos los guiños teóricos que he realizado a la muerte como idea, como concepto, como juicio, como milagro, como necesidad. La muerte, como oposición necesaria a una vida no planeada, no solicitada, no sentida, me resultò siempre un recurso aliviador. Yo no quería permanecer. Más bien, quería saberme a salvo teniendo siempre ese haz bajo la manga: poder morir era mi rincón de libertad. El único rincón de libertad que me quedaba en medio de un conjunto muy bien estructurado de mandatos, de introyecciones, de ser espejo de aquello que nunca quise reflejar. Yo era libre sabiendome capaz de morir cuando quisiera. Allí armè mi cuerpo, mi habitación, mis latidos, mis relaciones. Sabiendo que en el fondo yo podía soltarlo todo, y ese habría de ser el único gesto verdaderamente propio. Luego vino la vida. Que llega sin aviso, urgente, a empujones. No se bien que planeè, que produje, que deseè. Se que en medio de la vorágine del vivir, vivì. Las depresiones iban y venían, al tiempo que los intentos por justificar la permanencia, por encontrar un nuevo rincón de libertad desde donde erigir mi bandera. Carreras, afectos, intentos, libros, palabras. Preguntarme por el amor y elegir amar. El mayor reducto de esclavitud indolora es el amor que abren los hijos al nacer y al afectar. Los bebes nacen, no hay nada que nos ate a ellos. Sin embargo, hay un momento en el que una entiende, mirada, succión, prensiòn de por medio, que esa criatura no ha de vivir, no ha de encontrar sentido, si no es mediante nuestra propia mirada, prensiòn, sostén. Mirar al hijo allí donde precisa ser reconocido es descubrir que el Amor, como idea, encubre mucho más misterio del que es posible imaginar. Amar es ceder, aceptar, agradecer. Dar, ante todo, aquello que ni siquiera se concebía como don. Nada de lo que la adolescencia construye como propio resulta serlo. Hay una extranjerìa absoluta allí donde el amor se erige, y supera con creces los limites de la tolerancia, los límites del dolor. Tampoco es válido pensarlo como restrictivo a los hijos. Son la cachetada que obliga a reaccionar la intensidad de un amor difícilmente medible. Pero siempre hay mas. Aquella persona que acompaña en la carrera es quien puede, y de hecho lo hace, herir con la mayor intensidad sin siquiera notarlo, al tiempo que dejar mucho bajo la promesa del amor más honesto. El amor es aceptación, es superación, es paciencia, es dádiva. La herida va a abrirse innumerables veces, y pese a esto, permaneceremos. Construimos por años ideas perfectas sobre lo que las "cosas" son. Definimos entidades, catalogamos sentimientos como si la voz fuera capaz de traducir fielmente algo de aquello que el cuerpo, el material y el metafísico, intentan decir. Miedo, fe, amor, dolor, son consecuencias a las que ponemos nombres para poder sostener de algo aquello que ocurre dentro, aquello que sale, y que no sabemos cómo limitar. El amor, al fin y al cabo, no es más que eso. El intento de traducción de aquello que al activarse lo cambia todo. Yo nunca supe amar como hasta ahora. Sin embargo se que estoy equivocada. Siempre va a surgir una reformulación de lo que se afirma a cada momento. Amar es dudar y permanecer. Amar es saber que no hay contrato posible, que no hay palabra que alcance. Amar Es.

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