13/4/17

El otoño es un limbo. Es un entre en el que aparecen las cosas perdidas, reencontradas casi sin quereren un subte o un mercado. No es tiempo de cosecha, sino de guardado. El otoño es como el hogar con la puerta apenas entreabierta. Entran las hojas secas como manos huesudas. Entran porque en otoño deben entrar. El viento frio es buen augurio, las casas van a congelarse en algunos meses. Los indigentes eternizarán sus gestos de hastío, como estatuas de piedra que decoran las calles más elevadas de la ciudad. Un bebé nacerá un día, cuando el frío haya mermado y el limbo no suponga más que un mal recuerdo. Pero aun estamos, y la imagen de lo contemporáneo invadiendo los rincones, entrando por la puerta entreabierta como huesos del cadaver que aún no es, asfixia como si la prensión del muerto hubiera ganado más fuerza al darse algo que presionar. Quisiera recuperar cada carta perdida, recordar quién fui, qué promesas hice. Portar el nombre de lo ajeno como cruz frontal y no saber elegir, tan sólo algunos sellos que el pasado no para de reinaugurar a diario.

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