30/1/17

Intento calmar la susceptibilidad. Una foto del sol brillando tras la cara feliz de un niño. El relato que evoca la sencillez de una vida más cercana a la naturaleza cuando respira y late. Sembrar, cosechar, alimentarse. Sentir el tránsito por el cuerpo de la energía viva de la tierra. No quiero llorar, entonces tapo los ojos humedecidos y me pregunto si yo podré alguna vez alcanzar tal estado de calma. Leer bajo un árbol mientras mis hijos juegan con agua, con barro, con luz. Abrazar. Hacer el amor por las noches con la rítmica de la respiración. Besar dejando el cuerpo, flotando, saliendome de todo. Dormir y soñar. Recordar cada sueño. Querer llorar y llorar porque hay emoción con certeza, hay honestidad y descanso en eso. Tomarme de su mano y encontrarme, otra vez, en mi. Me pregunto insistente si alguna vez podré rascarme la planta del pie con el borde de una silla de madera, dormir una siesta mientras el pan crece, abrir la tapa de una olla que compré usada, encontrar dentro el caldo vital que cuece redes, el fuego lento que une, con calor, los caminos más dispersos.

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