22/9/16

Intensión

Suena Sean Lennon. Todo es cansancio en este cuerpo. Todo es un dolor carnal que no sabe pronunciarse verbalmente. Conozco los remedios instantáneos para calmar. Sin embargo, no. Me he particionado hasta tal punto que desconozco mi unidad. Los sintomas son síntomas de algo, ¿de qué? No hay partes en comunicacion, en mí, que puedan darme pistas suficientes de lo que motiva al padecer. Una vez hablaba con una mujer sobre las migrañas: yo se que si como mucho chocolate me agarran. Dijo asi, sin más, desentendiéndose de la dificultad de saber. No se lo que es lo ser en mi. Lo mio en mí, en si. Las partes siempre se debatieron entre la carne inadaptada y el espiritu doliente. Nunca supe seguir el impulso. Me eduqué bajo la forma del martirio. La culpa del cuerpo como la culpa de lo propio se traducían en canal de felicidad ajena. Ser un vehículo me inició en la desazón de no saberme entera, unida. Recorté como figuritas de album viejo lo que necesité para armarme rompecabezas, juego de encastre. Y en cuanto pude, huí. ¿A dónde? Si no hay huida de la carne propia, ni del espíritu por reeducar, ni del amor salvaje que clama por efectivizarse. No huí mas que al viraje de la fórmula. Los viajes en subte son mi perfecto paréntesis. Hasta que llega algo. El clack, el click, el crack. Algo se rompe en alguna parte de alguna parte, y entonces las preguntas vuelven a llover porque la insatisfacción vuelve a aparecer, porque la respuesta esencial al ¿qué queres? no está. No va a estar. Crecí en el relativismo porque tuve que adaptar, siempre, el querer propio al querer ajeno. Para que no doliera la negación de lo propio, relativicé lo propio hasta la cervicalgia, hasta el intento de suicidio, hasta la herida cortopunzante interna. Hasta la poesía. Ahi me salvé la vida. Como hoy, que me salvó la vida el crack.

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Quedan puntos suspendidos sobre puntos. Mi hija recuerda más y mejor que yo. Se entiende si se piensa que ha vivido, también, mucho menos. No necesita olvidar. El olvido es una cura pesada e inflexible. Lo que se ha olvidado está, sigue ahi aletargado. Pero por más que insistamos en movernos hasta allí, el recuerdo siempre escapa.  No hay modo de hallar fidelidad. No es posible saber.

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Una amiga me habló una vez sobre amigarse con la propia historia. Una premisa que traía desde el orientalismo para decir que hay que aceptarse tal cual se es. Liberar las cargas de lo ajeno para encontrarse el nombre propio en medio de tanta otredad. Giro en torno a la aceptación, al abrazo de lo propio. Al amor que soy capaz de dar y de producir. ¿El amor se agota, alguna vez? ¿Será cíclico su fluir? ¿La retribución lo renueva? Amarse a uno, en todo caso, traería mas capacidad de amor. No soy capaz de amigar mi historia con el proyecto en constante formación que me determino. Soy una posibilidad constante. Nunca termino por definir algo que ya el movimiento mismo de la huida, de lo relativo, del ansiolítico eficaz me hace correrme de lado. Correrme sobre los lados. Pisar la frontera es jugar con lo posible.

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Algo tengo para decir. Eso me fue dicho. Algo hay ahí. De un modo torpe, de un modo torcido, con la mirada rasgada y una sonrisa salvaje contenida por la forma. Algo está ahi, y ahí es algo. Algo en el mundo que escribe y que describe la ajenidad de un modo tan extremo, que el extrañamiento se pierde si nos damos a la entrega, a la escucha del "algo". Alguien pronuncia la palabra conexión y todo cuerpo salta al ritmo de un baile dinámico y espectacular. Inefable es una palabra sutil y oscura. Inefable es una palabra poco usada, porque se le niega a tanto la inefabilidad, que es mas sobrio delimitar que abrir.

En un momento dado el ruido general se descompuso. Hubo un instante de silencio y luego la sonoridad, volcada hacia uno de los oidos, destacó notas que no podría haber escuchado de otra forma. En un momento dado todo se acomodó para que escuche algo. No fui capaz de distinguir, y el flujo sonoro continuó, sin más,hacia la vorágine. No se cómo se escucha mi voz del otro lado, sólo puedo capturar detalles de las voces ajenas. No hay barbas, heridas o alturas que recuerde. Sólo como se siente la voz del otro cuando llega. Calmaría una vida de bullicio por algunas horas de una voz que me entificara y me dijera que no hay más, que afuera ya dejó de llover.

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De noche el viento empujó todos los cuerpos. Desde la cama sentí el terror. Todo se golpeó entre sí. Latí corrupta por el sólo hecho de ser capaz. Sentí el viento entrar, filtrarse abrupto y entrar. Los espesos fluidos del cuerpo se agitaron, tambalearon. Pronunciándome. No hay armonía porque algo se batalla. En la densa caída del nombre, el cuerpo encuentra saciedad en el silencio. Si dejara de pensar, algo brotaría, una tregua, un tratado de paz.

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