20/8/16

Sábado 9:59pm

¿Y si las palabras ocultaran un sentido más estricto de aquel que le adjudicamos? ¿Y si cada rabia, cada silencio, cada deseo o beso fracaso fuera algo más específico y determinado que aquello que elegimos ampliar? La traducción implica la aceptación de una polisemia necesaria, indefectible. Sin embargo, lo que es, es. No hay más que eso. No hay más que saber que no hay otra cosa que saber. Las palabras son eso, arrojos inmediatos.  No hay más que un "te amo", no hay más que un "fue eso que dije"; eso que yo no entendí. Yo. Estúpida. Elementalmente estúpida. En pocas semanas me empapé de reiterados "no hay que pensarlo tanto". Acusada de sobrevalorar la tarea del pensar, soy aconsejada. Se van acomodando, las cosas, dicen, con el canto magnífico de la vida en el fondo. Yo no recuerdo cómo hacía para mantener estos ingresos. Los diarios son eso. Son algo. Cosas. Las palabras son cosas. Las manos son cosas. Las gargantas son cosas. No voy a soplar el polvo del exceso de estos fragmentos mal encuadernados. Sólo ser esto. Un yo. Estúpida, yo yo. Sobrevalorar el acto del pensar. Voy a intentar pensar en otro idioma, porque el lenguaje no puedo ausentarlo. Como un virus, como un cáncer o una muleta. El lenguaje está ahí para recordarnos algo, para someternos a algo.

El agua ya no pasa, porque sabe.

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