23/7/16

Diario 36

No esperaba cruzar el pasillo y encontrar la puerta abierta. La misma que dejé así. No esperaba que la luna alumbrara, que los objetos dentro estuviesen tan empapados de blanco que ignorara, confusa, si la luz está en ellos o en los ojos que miran. No esperaba la puerta abierta ni llorar al pensar en despedidas. El alcohol hace esto. Estar en el baño pensando que hace dos años que trabajo con ese libro que no es un libro sino un grito histérico que no puede ser contenido. Mis diarios son mi despojo. Hubo un cuaderno entero que escribí dirigido a mi terapeuta. Iba a dárselo cuando yo ya no viviera.  Nunca se lo di. Nadie sabe sobre eso, o sobre lo especial que quisiera sentirme a veces. No más que un rebote de lo que un manojo de redes sociales y conformación de espíritus jóvenes puede hacerle a una mujer como yo, ya no tan joven, ya no tan especial. Debería abrazarme ante el susto, pero escribo. Hay un despojo defensivo en la palabra que se abre. La que se otorga, la que se da. Hay palabra en la palabra, hay inevitabilidad de una conformación textual. Hay sueño, hay tanto sueño cuando pienso en dormir. 

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