17/6/15

Woolf.


"Si muriesemos aquí,  nadie nos enterraria".

Soltó una carcajada. Todo tembló. No pudimos creerle, no era honesto. Sin embargo, reía y todo temblaba. Me volví al reloj. Aun marcaba el mismo, interminable minuto de hace un rato. El tiempo no pasa, atraviesa.  Y si no atraviesa,  no se sucede.

Llegó la noche. Con la vista clavada en la luna repitió: "si muriesemos aquí... nadie nos enterraría"

¿Por qué quisieras ser enterrado?

El traspié de la vida, el instante final, la podredumbre que concluye y clava sus astillas sobre una carne sin espíritu ni afecto. No le entendíamos, no era honesto.

No pensaba en el entierro, sopesaba la idea del final desde el comienzo, se sabía mortal y eso le apenaba al tiempo que evullía en su interior una desesperada búsqueda de conocimiento. Saber aquello que no podrá ser enseñado.

El tinte de sus ojos cambió. Al mirarme ya no era lo mismo. Alguien había ingresado, mutando lo interior en una forma externa diferente, irreconocible. Sin embargo, estableció una proximidad a la distancia que disipó toda duda. Sólo que aún no podíamos creerle.

No era honesto, era abismal. Y en su extremo había herido, y había sangrado.

¿Me enterrarías,  si muriera aquí?

No tengo pala. Sólo tengo uñas. ¿Estaría bien si aguardaras hasta que lograra cavar tan profundo como para que quepas?

Volvió a reír.  El estruendo, el temblor, la falsedad, aunque supiera que algo cierto estaba escondiéndose en el fondo.

Nada estaba mal, pero tampoco estaba bien.

Nos dormimos. No se durante cuánto. El reloj aún se mantenía inmóvil aunque el sol hubiera asomado tiempo atrás.

Al abrir los ojos lo encontré tendido sobre las ramas. Había armado un colchón para su descanso. Los ojos abiertos, claros, aun mostraban una ambivalencia que confundía. Aún estaba tibio.  No quise apartarme de su mirada, y a un lado de su calor comencé a cavar, con uñas y yemas y una voluntad ajena, un rincón donde poder sembrar.

No hay comentarios: