26/8/14

En un identitario acto mimético, se aproximó con exageración al ser y al sentir ajeno. Así, como en una interpretación teatral, halló que su deseo no era más que el deseo de alguien más. Sus valores, sus creencias, su especulación financiera y su modo de sentir el placer sexual, no eran más que la copia fiel de lo fomentado. El precio por haber construido en base a la dependencia, y deconstruido en base a la obsesiva necesidad de separación, resultó ser un constructo especular donde sus ojos nunca estaban puestos sobre sus ojos. Siempre transitar mirando por detrás, mirando hacia los lados. Entonces no había mascota, no había hijos, no había roce de su lengua con cualquier lengua que se sintiera realmente cálido; ni el hambre era real, sólo la triste conciencia de no existir. La única medida posible era el tajo reparador; si la sangre manaba, si el dolor surgía, si el asco por la mancha rojiza ampliándose sobre la piel, sobre las telas, cayendo al piso, manchando los zapatos, si todo eso sucedía, entonces algo apresado al fin se liberaría. Alguien tiene que nacer del tajo, alguien tiene que gritar su primer sentir ante la carencia, y eso sólo es posible mediante la apertura. La sangre brotará y lo mojará todo.

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