16/7/16

Sueño de un día triste. Una reconstrucción.

Es confuso y hay baches, agujeros blancos que empapan toda la escena. Sin embargo recuerdo: todo era suave, aún las heridas. Todo flotaba, aun antes de caer al agua. Todo latía con una serenidad insoportable. La dulzura de lo que no recuerdo se entremezcla con el sabor a sangre que quedó en la boca al despertar. Pisaba una botella de vidrio marrón, estallaba en varios pedazos, los que volaban sin dirección aparente. Todos hacia mi, todos me abrían. Como un tramontina mostrando su eficacia, serruchaban torpemente la piel y la carne. Se abría. La carne se abría en rincones estratégicos. Las flores del hombro sangraban.  La parte posterior de la pierna, el talón. Caía al agua, al ceder al pulso de redención, y no le temía al ahogo. Al contrario, flotaba en el agua con la calma de quién se ha entregado. La sangre brotaba con la lentitud de un cuadro manipulado, y lo innatural de la escena la hacía perfecta.  Ya en el agua podía verme, testigo de mi entrega, podía verme y extrañarme con la calma. Un bache, una sombra, algo que viró, y en un inmenso galpón con gente conocida, yo afrontaba haberme saturado, cosido el talón, y preguntarme como es que había sido capaz de coserme, pese al terror que genera, resultaba inevitable. Todo en el sueño sucedía en contra de lo esperable. Ser. Entregarse al devenir. Flotar en calma aunque no se pueda evitar el ahogo. Entregar.

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