Simbiosis. Clausuras. Un ahogo. Todo lo acontecido es eco en una habitación tan amplia como me es posible imaginar. Y mi imaginación es amplia. Hay amor en los rincones del arrepentimiento, como hay amor en la nostalgia por lo que abrí sin notarlo. Estuvo ahí, todo el tiempo, y yo supe notarlo recién tan tarde que arriesgué la pérdida. Todo es texto; más fui acusada por esa afirmación y el terror ajeno me refregó con dolor los límites tan amplios de mi discurso. ¿Dónde acciona la palabra que afirma?
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No entiendo la piel. No entiendo hacia donde dirige el movimiento. Un aplauso hace eco pero un grito rompe el cuarto y toda la casa. Su dolor es el nuestro, porque ella no es más que un nosotros en amplitud.
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Sólo por creer en unicornios no significa que alguno vaya a hacerse presente. Lo onírico no es basamento para la creencia. La fe ha de ser material. ¿Qué es lo material? Lo que el espejo refleje como cierto. Lo que pueda ser acariciado sin que se quiebre. Lo que pueda ser lamido y su sabor despliegue un universo. Un abrazo es más cierto que un grito, pero ambos pueden agrietarse entre sí si se enfrentan.
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En el baño leo, escribo, lloro, mastico, reconozco (sobre todo); en el baño me cambio, cago, escribo, escribo, canto, me perfumo, salgo. Es mi carpa, es la cueva que armé en la cama marinera que usábamos cuando éramos chicas; la que nunca desarmé. El miedo nunca se olvida. Lo que se olvida es todo lo otro. El acto fundador está dado por un olvido sin intento. El bache, el agujero, el espacio en blanco entre una escena y la otra, funda la adultez del que corre. Del que se corre.
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Ayer lo releí todo; soñé con palabras; la realidad no es más que un símbolo. ¿Qué es símbolo? Pregunta ella. La intimidad se basa en gestos que son algo más que solo forma. Pero son la forma. Hoy todos decidieron llegar antes. Hoy el ejercicio se inicia antes que el sol.
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Voy a desgrabar mis recuerdos. Voy a fundirme en el agua hirviente hasta serme una con la espuma del día.
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