1/7/14

Esto lo acabo de encontrar. Esto lo escribí en febrero de 2012.

Hace algunas semanas comencé con un catálogo en excel de todos mis libros. Aún no termino.
Apenas si empiezo y, aunque halla superado ya más de la mitad, siempre me encuentro en una
confusión plena ante las torres de papel que yo misma he desplegado. Hace algunos días terminé de
leer Leviatán de Paul Auster. Antes... antes no recuerdo. Sin embargo, recuerdo que lloré, recuerdo
que sentí algún temblor y que pensé en la implicancia, en la historia personal, de la lectura de un
buen libro. Pero, no puedo recordar lo que leo. Mi memoria abarca el corto plazo, y al
reencontrarme con estas torres de tomos nuevos, usados, regalados, me cuesta discernir, clarificar
los detalles de lo consumido con tanta ansiedad en mi juventud. Abordo, entonces, la tarea de
preguntar: ¿qué es lo que recuerdo de este total de libros acumulados durante tantos años? Recuerdo
las grandes marcas. Recuerdo a Pessoa; recuerdo, claro, a Alejandra Pizarnik (la llevo como marca
en mi antebrazo); recuerdo a Bolaño. Recuerdo poesías dispersas, aunque ninguna de ellas están
impresas en mis bibliotecas. La poesía que más me ha atravezado es la que no poseo en papel.
Podría hacer una gran síntesis, una gran elección: enfrentarme a mi reflejo y responderle, lo único
que precisamos es a Pizarnik, a Pessoa, a Miguel Angel Bustos, a Hugo Mujica... Pero, me
pregunto, ¿qué es lo que recuerdo? La indagación de la memoria es una internación hacia lo
profundo de un modo de existir que implica las versiones de la que una ha sido. Es en un presente
perpetuo, donde nos engañamos conversando con “el pasado”. Pero en mí ha pasado tanto que mi
condena es este perpetuo pensarse aquí. Lo que recuerdo es lo que poseo hoy como marca física de
lo que fui. Me encuentro con El hombre que fue jueves, y me pregunto por qué es que quise con
tanto ahínco tener el día de la semana tatuado en mí. Redescubro la portada de UbiK (esa edición de
bolsillo) y, extrañamente, sé que ha sido más permanente. Pero, ¿hasta cuándo? No puedo evitarlo,
pensar hacia adelante es, en puridad, pensar. Porque argumentarse una vida y una versión posible
del Yo no es más que un acto fantástico. Lo mismo que el recuerdo. ¿Qué recuerdo? Recuerdo
algunos malos libros, recuerdo lo que no leí. Eso es lo que más recuerdo. Mentira. Lo que más
recuerdo es la palabra Hastío. En el libro del desasosiego la leí por primera vez con un cuerpo
semejante. Hastío. Aún la pronuncio y resuena en mí como si el eco fuese un rebotar físico dentro
de las paredes de mi cuerpo marcado. No se quién resulto ser, en esta perpetuidad en la que me
vacío al recordar. Pero el hastío, como tal, es mi colchón, mi hogar, mi cobijo. Recaudo palabras, yo
no recuerdo. Recolecto, como basurera, las formas verbales que van escribiendo el poema. Soy mi
propia lectora, porque sé que nadie me lee. Soy mi propia basurera, y mi propio contenedor. Soy mi
propio y único latido al deshojar cada uno de los libros de sus sobras, de sus polvos. No tengo
derecho, lo sé, pero en el aletear de madrugada (de un domingo a las 8 de la mañana) me encuentro
preguntándome ¿qué recuerdo? Recuerdo una caricia sucia, un temor inmenso ante la mano que se
alza, recuerdo una Barbie exploradora en el jardín nocturno de mi casa, recuerdo estar sola. Pero
también recuerdo la palabra Carnaval leída en un libro de Alejandro Dolina a los 10, 12 años.
Recuerdo la primera vez que leí follar, más o menos a la misma edad. Recuerdo a mi papá dándome
una impresión de “Los Asesinos”. Recuerdo haber leído que una poeta se mató, y mi llanto de
noche me enseñó un nombre, todos los nombres. Recuerdo cuando aprendí a escribir, fue el día en
que lo quise.

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