24/2/14

Diario

¿Hace cuánto que no escribo? Que no lo hago realmente, que no escriboescribo. Hace mucho. Él suele decirle a sus conocidos que soy "poeta". Es gracioso. Nunca me lo tomé en serio. Antes, el ser poeta era lo que me hacía interesante ante mi misma. No importaba nada afuera. Yo me interesaba por mí. Porque no alcanzaba el estado de Ser que me definiera con la complejidad requerida. Entonces, seguía indagando. Y la indagatoria era la palabra. Hace mucho que no me siento frente a mi diario y soy honesta ante él, es decir, ante mí. Hace mucho tiempo que no me hablo con crudeza y me cuento a qué le estoy temiendo esta semana, con qué fantaseo al acostarme, qué me enoja y qué me da vértigo y hambre de existir. Creo que lo último que escribí allí fue el terror a vivir que despertaba el nacer, en sí. Y luego caí. El miedo me acodó de este lado de la barra, y desde acá miro como todo va pasando. No entiendo Twitter, me perdí en el sinfín de apariciones entre "actualiza tu muro" y "esta es mi pelicula de Facebook". Hacia dentro, siento haber envejecido los años que anduve, por tanto, cargando en la espalda con disimulo. Nunca dije que mi edad real era esta. En pocos meses, los años que siempre estuvieron allí se apoderaron de mi, y el miedo le ganó a todo. Ahora me vuelvo a preguntar, estúpida, ¿hace cuánto que no escribo? Con justa razón podría decir que nunca lo hice verdaderamente. Siempre jugué a ser, y en el trajín quedé varada entre el boceto de escritora, y la cobardía de una señora de la casa que teme subir al colectivo porque siempre, siempre, acabará por sentirse la más extranjera. 

Ya no acabo de desayunar, de limpiar, de cocinar, de jugar, de dormir (que nunca lo hago, en verdad, ya nunca duermo). Ya no acabo de recordar, porque soy incapaz. Sólo tengo esta imagen rara de la que solía ser, quien no se trababa al hablar porque poseía todas las palabras del mundo. Quien se sentía en calma, porque sólo podía sacudirla un poema de Pizarnik, por ejemplo, o una sola frase de Pessoa, y allí temer realmente. Sólo me siento recuerdo, y hoy toco mis manos y han envejecido el mundo. No hay mundo para mí, hasta no recuperar cada una de las palabras que perdí. Yo no soy yo, sólo una extranjera en cada calle, cada sala, cada habitación o medio de transporte. Extranjera en cada cara que cree entender algo de aquí, que cree saber para qué sirvo, o cuánto puede pagarme por existir.

Únicamente acá, yo estoy en casa. Tómese como esto, como una extensión de mi hogar. Volver a volverme honesta ante mí será lo que me de el sosiego necesario para estar. Cuando deba salir, y aparentar, la palabra habrá de ser mi casa, mi árbol, mi huerta, mi mate, mi almohada. Mi sangre. Sobre todo mi sangre.

No hay comentarios: