7/4/12

A veces lloro. Claro, como todos. Pero soy Yo la que a veces lloro, ante mí, nunca de frente, pero siempre viéndome la cara, su deformación, su tensión, y hay como un grupo de nervios que se entrelazan y reúnen en la boca del estómago. Ahí duele. Donde estaría el futuro no, un poquito más arriba. Pero si ahora lloro y ahí duele, me preocupo. Quizá lo dañe mi dolor. ¿Si lloro, le duele? ¿Si río, le hará bien?
A veces lloro. No me importa si alguien más en el mundo, o en el país o en el edificio en el que vivo también está llorando. No me siento menos sola porque haya alguien frente a mí, a mi lado, que también llore. Cuando lloro, a veces, siempre sucede que me siento sola. Me siento angustiada por mí, apenada por mí, porque sé que mi llanto habla, pero que me habla.
A veces lloro porque siento que no me permití crecer en calma. No significa, eso, que tendría que haber crecido lento. Creo que tendría que haber crecido calma. Con la lentitud de quien contempla, con la parsimonia de quien ve de frente al acto y lo congela, por microsegundos, para beberlo mejor cuando ocurra. Yo tengo mis partes corridas, y a veces lloro porque siento que mis pulmones siempre están como al terminar una carrera. No descansa mi ansiedad y tanto lo quiero todo, que me duelo. No caben en mis manos ni ellos, ni nosotros. Yo a veces lloro porque descubro que quiero elegir la caída, la suave caída que me duerma.

o descansar en el colchón de flores,

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