14/2/17

Cocino al borde del balcón. Tengo mis plantas perfumadas al frente y amaso con el amor y la fortaleza de quien es dos. Harina y agua hacen alquimia y los dedos abren la humedad del cuerpo de manera tal que resulte alimento. Las hojas de los arboles se sacuden desde la copa hasta la base, y herirlos nos cuesta el alma a cada cuerpo. La energía de la tierra se parte si la corteza es rota. No damos lo que quitamos, y las flores huyen de nuestro olfato al saber que su alma será ensuciada con nuestra mitología urbana. Cómo dar sosiego a quien ha sido herido tantas veces, cómo afirmar que no haremos sangrar si las manchas en el suelo son marrones y ya no se lavan con el agua de la lluvia. Alguien dijo hay que relajarse, porque el tiempo que nos toma sacar conclusiones es un tiempo que se nos pierde, mientras tanto ellos crecen, nosotroa crecemos, y algo en el medio se nos fué, para siempre, como el agua que no bebimos al ver llover. No salgo lo suficiente, ni beso incansable, ni lloro con despojo, ni encuentro las palabras más justas. Sólo tengo un corazón repetido, mutado dentro. La alquimia del agua y el harina, de los dedos invisibles en un útero húmedo y fragil, trajeron un cuerpo que late y baila, flota en su danza marina a la espera de lo infinito. El placer se interrumpe cuando descubrimos que la falta lo completa. Amaso frente a esta ventana que se abre al cielo, y el atardecer cura heridas, deja que las palabras fluyan, nos da a luz sin poema, sin metáfora. Nos da a luz, y nada mas.

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