21/10/16

Diario

Tengo capturas de pantalla con los libros recomendados. Tengo obsesiones cliché, tengo vacío el propio amor.
Una vez al mes quiero morir.
Es patológico el deseo por finalizarme.
La menstruación llega siempre después del intento imaginario.
Cuando pienso en mi hija llorando
porque mamá no vuelve
entiendo que la libertad era eso
poder morir sin tener que explicarle a alguien
por qué.
Antes no me fue posible porque me cargué la respuesta
que le debería dar a mamá.
Ella también lloraría
aunque no me hable porque su herencia la ahoga.
La libertad era eso
saberse suelta de la carga del tiempo.
Ahora cada minuto pende
sobre la frente
como punzantes gotas que caen y acumulan.
El tiempo es más que el reloj y menos que un concepto.
El tiempo es el cuerpo arrojándose cada vez mas adentro.
Es la reja teórica
es la llama que soplamos suave
para que no se apague lo último
para que el rescoldo mantenga
algo vivo.
Las paredes son tan blancas como mi pecho
y la sed de lo ajeno va marcándome
reverenciando la obligatoriedad
del darse de beber.
No se hablar con otros
si no es desde la virtualidad
de lo honesto.
Me creo algo
entonces pronuncio
traduzco incansable las versiones propias
creyendo que así voy a dar
con algo cierto.
En el espejo no estoy
en la palabra que sublima
no estoy.
En la rutina mi cuerpo presente
aprende a habituarse
mientras la palabra busca agrietarse y salpicar
con todo
para entrever
lo orgánico de latir a la par.

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