3/12/09

No podía subir el tono. Sabía que cualquier ruido fuerte la sacaría de la cama, y eso era lo que menos quería. Cuidadosamente abría las puertas de los armarios y modulares, limpiaba con paño de tela cada muestrario, soplaba con maternal delicadeza las alas, las colas de los insectos clavados sobre el raso humedecido. Limpiaba y afilaba con envidiable soltura los cuchillos almacenados en el mueble de la cocina. Podía pasarse horas, que de hecho se pasaba, limpiando de a uno cada cuchillo: filos de plata de distintos grosores y largos, con muescas y grabados diferentes, mangos de marfil, de hueso curtido, de cuero, de madera. En la alacena tenía productos específicos para cada material. Llegadas las seis, desplegaba todo su arsenal de limpieza sobre la mesada, ordenaba en rigurosas hileras las botellas más grandes de un lado, las medianas y luego las pequeñas, manteniendo un orden en el cambio de color de cada producto. Así, parecía una bandera de colores tropicales construida sobre la mesada. Usaba de a uno cada producto, según el orden jerárquico de los cuchillos, y siempre devolvía el frasco o pote plástico al mismo lugar que había ocupado anteriormente. Todo esto en un silencio que hasta podía considerárselo sospechoso. Detrás de una de las puertas dormía ella, siempre había dormido detrás de esa puerta, y parecía que había dormido toda su vida en esa misma habitación. Nadie podía recordarla despierta, nadie sabía decir cómo era su voz, cómo su modo de caminar, cómo su mirada ante el enojo. Sólo se sabía el terror que generaba en sus allegados, de los cuales sólo quedaba Alejandra en pie. Los cuchillos habían sido herencia paterna. Nadie apreciaba más la relación con esos cuchillos que (...)

1 comentario:

Cam...¬¬¬ dijo...

Me quede con toda la intriga...
Muy atrapante, vi como empezaba el texto desde mi blog y fue inevitable venir a leerlo, muy bueno..