21/6/09

III.

La blancura, blando el cuerpo. Crece, y son veinte y un inviernos que se arrastran por entre las hojas. Las agendas acumularon por tanto los teléfonos del olvido, que hoy suenan las señales de una codificación que le resulta ajena. Lee los libros del tiempo, y la ventizca de un nuevo invierno le recuerda la viveza de la permanencia, de la vigilia con que seduce. No es el cuerpo, ya no es el cuerpo. Es otra cosa, esa otra cosa que está en sus ojos y que le hizo confiar a una mujer sobre la maldad, sobre la verdad, sobre la maternidad. Sólo quizo ser recordada por aquella, que era su pasado porque en el futuro nadie era. Ella ojeó su agenda del pasado y saturó su memoria de tantos números olvidados. Así, volvió a Italia y a Suecia de la mano del viajero, sacó las fotos del lago y las comidas del suelo, y volvió a su cama, sencilla y fria a su cama, para soñar con un hombre vestido de rojo que la saludara, que la felicitara, que le dijera "Feliz Cumpleaños, Señorita, ya es hora de partir."

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